Los motores de seis cilindros en línea son uno de los pilares de BMW, un elemento fundamental del ADN del fabricante alemán. De hecho, sería imposible pensar en la marca germana sin estos propulsores. Sin embargo, no hay que suponer que forman parte de la historia reciente de la marca: su origen se remonta a antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando las cosas no iban del todo bien en Múnich.

La suerte de la compañía se reactivó con el BMW 326, el primer modelo que se posicionó en la gama alta del mercado (entonces ocupada por Mercedes-Benz), con soluciones mecánicas de vanguardia y un motor destinado a hacer historia: el M326. He aquí su historia.

Seis cilindros para la historia

Para rivalizar con la firma de Stuttgart, no bastaba con subir el listón en términos de calidad y mecánica, sino que también era necesario garantizar buenas prestaciones y placer de conducción. Así fue cómo los ingenieros de Múnich tomaron el bloque de 1,9 litros del 319, modificándolo profundamente en muchos aspectos, aumentando el diámetro y la carrera, con lo que la cilindrada pasó de 1.911 a 1.971 cm3.

Equipado con un sistema de distribución por balancines y dos carburadores Solex, inicialmente era capaz de entregar 50 CV, lo justo para un coche de la época que quería combinar deportividad y elegancia. Era sólo el principio de una historia de prestaciones cada vez mayores, aunque en su estreno comercial (destinado a los BMW 320 y 321) se redujo ligeramente la potencia a 45 CV.

BMW 326

BMW 326.

Fue con el 327 cuando los ingenieros bávaros empezaron a dar un 'empujón' al motor M326, elevándolo a 55 CV en 1937, gracias a un cambio en la relación de compresión a 6,3:1 desde el 6:1 original. Nada especialmente significativo, pero era un comienzo: el nuevo seis cilindros en línea demostraba su capacidad de ir aún más lejos.

Un "más allá" que llegó con el BMW 328, presentado en Nürburgring en 1936, una evolución en términos deportivos del 326 presentado unos meses antes. Un coche desarrollado en un tiempo récord y con un presupuesto muy reducido, y creado también para participar en competiciones automovilísticas, en las que se impuso en varias ocasiones, incluso llevándose la Mille Miglia en 1938 y 1940.

Estos éxitos fueron gracias al motor M326 potenciado a 80 CV con culata de aluminio, cámara de combustión semiesférica y válvulas de flujo cruzado (admisión y escape en lados opuestos). Esta última solución ofrecía nuevas ventajas: la inusual disposición de las bielas permitía colocar los carburadores en posición vertical, garantizando así un excelente suministro de aire al motor.

BMW 327

BMW 327

BMW 328

BMW 328

En las versiones de carreras, la potencia se situaba entre los 100 y 110 CV, un límite impuesto no por la mecánica sino por la gasolina, que en aquella época alcanzaba un máximo de 80 octanos, lo que limitaba la relación de compresión a 9,5:1. Más allá de ese límite se corría el riesgo de quemar los pistones.

Gracias al uso de combustibles especiales, que llegaron más tarde, los ingenieros de BMW pudieron exprimir aún más el motor M326, llevándolo hasta los 136 CV. Hubo más desarrollos, como la adopción (en 1941) del sistema de inyección en lugar de carburadores. 

Segunda vida británica

Con el final de la Segunda Guerra Mundial, BMW empezó a suministrar el motor M326 a Bristol, una empresa británica fundada en 1947 por Bristol Aeroplane Company, especializada en aviones; justo igual que BMW en sus inicios.

Bristol 450

Bristol 450

Modificado por ingenieros británicos, el propulsor alemán se utilizó para la familia Bristol 400 (muy similar al BMW 326 y derivados), con aumentos de potencia de hasta 155 CV en el Bristol 450, un coche de carreras muy especial, capaz de alcanzar una velocidad máxima de 235 km/h.

Galería: El motor M326 de BMW y sus coches