Poco antes de la década de los 90 y del auge de los monovolúmenes, los fabricantes querían darle un impulso al segmento de los vehículos familiares. Plymouth, o más bien en realidad la marca principal del grupo, que era Chrysler, estaba trabajando en la tercera generación del Voyager. En medio de todo esto, nació este concept de aires tan extraños y futuristas.

El ejercicio de estilo se denominó Plymouth Voyager III, que poco tuvo que ver con el modelo de producción en serie que se lanzó de la Voyager en aquel momento, la segunda que se importó a Europa.

Desde la vista de perfil nos recuerda al Pontiac Trans Sport, un automóvil que llegó a los concesionarios dos años después. Aunque en el caso del Plymouth, incorporaba una superficie acristalada mucho mayor y un doble eje trasero que alargaba la silueta del vehículo más allá de lo que hasta entonces se había visto.

Lo más particular de este prototipo, resultaba ser que estaba configurado en dos partes: una cabina situada en la parte delantera, con espacio para tres ocupantes, a la que se acoplaba una segunda estructura, a modo de remolque, con cinco asientos más. 

Con esta configuración, se podía recurrir únicamente a la parte delantera para moverse por ciudad. Al ensamblar la segunda unidad, correctamente conectada de forma electrónica, el eje trasero de la primera se inutilizaba y se conseguía un vehículo de alta capacidad.

Si la 'cabeza' o cabina delantera empleaba un motor tetracilíndrico de 1,6 litros de cilindrada, la parte trasera también contaba con una mecánica independiente, de cuatro cilindros y 2,2 litros de cubicaje.

A pesar de lo ingenioso que era este concept, no gustó demasiado cuando se mostró en el salón de Chicago de 1990, por lo que no es un diseño especialmente reconocido a Tom Gale, padre de algunas obras maestras, como el Dodge Viper o el Plymouth Prowler, además de colaborar en el diseño del Lamborghini Diablo.