La caída en desgracia de los modelos con motores diésel parece encaminada a un vertiginoso descenso a los infiernos. A las numerosas prohibiciones anunciadas, bloqueos y anuncios de abandono del desarrollo de nuevos propulsores de gasóleo, se suma ahora una noticia que por sí sola parece una pesada lápida en la historia del motor inventado por Rudolf Diesel.
Se trata de la antigua planta del Grupo PSA en Trémery (Francia), el mayor fabricante de mecánicas diésel del mundo, que abandona estos propulsores para reconvertir sus líneas de montaje en motores eléctricos para automóviles.
Galería: Fábrica de Stellantis en Tremery, Francia
Adiós diésel, bienvenido eléctrico
La decisión, según informa Automotive News Europe, ya había sido tomada por PSA en 2019, antes de que se fusionara con FCA para formar el nuevo grupo Stellantis, pero sigue marcando un cambio histórico en las plantas del grupo que produjeron un número récord de motores diésel en 2017, con un total de 1,5 millones de unidades en un año.
El objetivo declarado es superar la actual fase de infrautilización de las líneas de producción (debido a la crisis de la pandemia) y alcanzar la plena capacidad en 2025 para fabricar 900.000 motores eléctricos al año. Se utilizarán en todos los modelos actuales y futuros de Stellantis, tanto híbridos enchufables, como 100% eléctricos.

En la base de la elección realizada hace dos años y que se está haciendo operativa en estos días, hay una serie de consideraciones de carácter estratégico/empresarial, impulsadas en primer lugar por el desplome de las ventas de los modelos con motor diésel.
Tendencia especialmente visible en Europa, donde la cuota de mercado de los coches diésel se ha reducido a la mitad en nueve años, desde un máximo del 55%, en 2011, hasta un mínimo del 26,3% en octubre de 2020 (fuente JATO Dynamics).

Del 'dieselgate' al límite de emisiones
A ello se suma la larga ola del escándalo 'Dieselgate', que ha minado la confianza del mercado en los motores alimentados por gasóleo y ha desencadenado innumerables demandas por daños y perjuicios.

Por no hablar del hecho de que el desarrollo de nuevos motores diésel, atrapado en las garras de unos límites de emisión de gases cada vez más estrictos (como los de la UE), corre el riesgo de dejar de ser económicamente viable.